Salgo de la cabaña con el traje de baño puesto, el sol de la tarde me recibe dando de lleno sobre mi cuerpo, cálido me abraza amorosamente, el mar cuyas olas constantes resuenan invitándome a dar un último chapuzón antes del anochecer me espera, quisiera aceptar pero el sol me ha atrapado ya... Muchos niños juegan en la playa, algunos a la pelota, o tros se corretean y arman castillos de arena, postal común de una tarde de invierno en este paraíso.
Extiendo el pareo, frente a la esfera incandescente que comienza a tocar los bordes del amante mar. Estoy dispuesta a dejarme bañar un poquito más, me siento y contemplo.
Un hombre frente a mi, a ras de olas platica activamente con un grupo de niños... ¿Un hombre o un niño grandote? se rie y extiende sus dedos en señal de sorpresa, explica, como desde sus conocimientos como funciona el ecosistema marino, toma del piso un pequeño cangrejo y sigue su espectacular narración, los niños se ríen, sorprendidos buscan también su propio cangrejo. Los miro, son muchos niños, no creo que todos sean sus hijos, pero los atiende y les enseña como si lo fueran.
Medio sol ya se ha ido y yo sigo sentada, comenzando a sentir la briza nocturna, mi cabello se eriza a un más, me siento como un grano de arena expectante, paciente, que deja seguir un día más. Junto a mi, en el pareo, se acomoda un cangrejo, mirando, también al sol. Nos hacemos mutua compañía.
El cangrejo que hasta ahora está tranquilo se pone en alerta, inmediatamente después el grito de una mujer me crispa los nervios, el cangrejo sale corriendo unto con la bola de niños que apenas se despiden del hombre que les enseñaba. El blanco pantalón del hombre se extiende dejándome adivinar sus piernas, intuirlas en una transparencia casual provocada por la luz.
Es impresionantemente guapo, con una sonrisa triste, deja ir a los muchachillos mientras les agita el brazo para despedirse, se sacude, mira en torno a mi y se dispone a caminar, yo me dispongo a recibirlo, pero creo que en mi estado de arena no soy vista por que pasa de largo sin hablarme.
Como si me liberaran un resorte me levanto, le llamo, pero no me hace caso, sigue caminando en pos de la cabaña, se pierde dentro, con el último rayo de sol.
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